martes, 2 de julio de 2019

El nudo que me salvó de caer



Pepi Reyes M.

Los zapatos son los elementos muy importantes en la vida, protegen nuestros pies en cada paso que damos y aprender a atarlos es el primero de la independencia de este caminar. Yo a los 5 años los conseguí y me transformé, además, en una niña grande.
Comencé mi travesía en kínder, el curso más maravilloso del mundo entero, sin duda los colores de los juguetes y dibujos, daban las fuerzas para aprender cosas tan extrañas como a hacer amigos y te hacen poner en valor cosas importantes, como saber el nombre de tu mamá, tu dirección y cuál ha sido tu record de velocidad corriendo.
Siempre que salía al recreo a jugar, tenía que ayudar a un compañero que se caía por sus cordones desatados. Rodillas peladas, pantalones con parches y la tierra en la herida, siempre se hacían presentes en la enfermería al primer recreo. Ninguno sabía cómo atar los cordones, nadie presentía que pudiera ser tan importante.
Al ver la situación, mi profesora decidió hacernos unos de cartón, en donde tendríamos que practicar el famoso nudo salvador de heridas, como mérito ganaríamos una estrella dorada de cartulina metalizada. Intenté hasta el cansancio y jamás me resultó. Podía hacerlo en el cintillo de mi muñeca, a mis compañeros, pero ¿en mis zapatos?… Nunca tenían el resultado esperado.
Un día me decidí, me puse mis zapatillas favoritas, las rosadas de Barbie con luces, y estuve toda la tarde practicando. Hice unos nudos extraños, que tenían de todo, menos rosita. Pelotones de hilos, mi dedo atrapado, llanto y decepción.
Decisión. Me sequé las lágrimas y lo intenté una última vez. Era ese el minuto que definiría mi vida al hablar de zapatos, tenía que luchar por superar las zapatillas con broche.
Tomé ambos extremos, los crucé, puse mi dedo en el centro e hice una mezcla que no entendí. Ahí estaba, resultó! Pero ante mi sorpresa, ahora con ojos de adulta, no existieron gritos de emoción, ni llanto… Solo lo logré y seguí jugando.
Di ese paso sola y sin tropezar. Comencé a despedirme de las rodillas raspadas y dejé atrás todo lo que significaba ser una pequeña que no podía correr sola.


 Gritos a ciegas Padre me dejaste solo en la orilla chapoteando en las frías aguas  donde murió ahogado Narciso. Padre me diste un alma     ...