Todos en algún
minuto de la vida, conocimos a alguien que amaba los dinosaurios. Ya haya sido
un amigo o por nosotros, había en nuestra cultura de infantes, una
cierta debilidad a la aventura de conocer uno o mejor, descubrir algún
vestigio de su existencia cavando entre la arena de la plaza. Imagínense,
descubrir un hueso o mejor un inframundo con ellos vivos, dispuestos a ser
montados y entrenados para la dominación mundial.
Jurassic Park fue nuestro best
seller por años. Mientras tomábamos leche con chocolate y comíamos
pan con margarina, nos aventurábamos en una exótica isla del
caribe, con la más alta tecnología. “Si tan sólo pudiera traerlos a nuestro tiempo”
pensaba y seguía cada cuadro por la tele.
Nada haría de prever que,
en medio del caos citadino de Santiago, en pleno siglo XXI, mi sueño
se haría realidad. Estaba frente a mí un descubrimiento más
trascendente que la luz eléctrica, más importante que la máquina
a vapor y más determinante que el conjunto de huesos que esperaba encontrar
entre la arena. Amigos, Los dinosaurios siguen vivos y están
entre nosotros.
Hablo de esos que se mezclan y
que han debido someterse a vivir en sociedad, que se disfrazan e incluso
aprendieron algo del idioma. Funcionan como infiltrados, y solo un ojo experto
como el mio, podría apreciarlos en su estado salvaje puro. Pero hay un momento
en la vida en podemos verlos en plenitud, y estoy segura que ustedes también
han podido examinarlos: La hora punta.
Te imaginas de quienes estoy
hablando? Debido al estrés de la ciudad (o al menos esa es la única
explicación lógica que puedo darle a tales actitudes)
hoy tenemos la posibilidad de ver a dinosaurios a diario, salvajes,
irrespetuosos, cansados y gruñones.
Hay distintos tipos de estos
animales. El primero es mayoritario a eso de las 7:30 y 8:30 am, del cual, más
que temor, se siente compasión constante: el VarionixEstudiante.
Sujeto o sujeta de 13 años o más, que siempre anda atrasado y se queda
dormido a donde se para más de 5 minutos. Generalmente con
mochilas de campañas listas para la supervivencia. Hacen un gruñido
similar a los Varionix con cada bostezo y estiran el cuello igual que ellos
para despertar. Es un animal pasivo y raramente actúa en defensa
propia. Es más una extensión de la gente que un modelador de ellos.
Todo lo contrario a las Bronto
Mamás mujeres que no conocen leyes de transporte público
y que se suben con el super coche (que incluye una máquina
dispensadora de capuccino) en el horario punta, esperando que le den toda la
esquina derecha de la puerta, sin que vean o toquen su aura o la de su bebé,
que presiento, es una muñeca disfrazada de humano.
También está
el Señor Velociraptor. Un viejo, generalmente racista, clasista y
misógeno,
que empuja a quièn se le ponga por delante sin piedad “Porque es hombre
y puede hacerlo”. No le teme a enfrentamientos con otros machos de su especie,
ya que se bajará en la estación siguiente del conflicto, gruñirá
y saldrá corriendo por su camino lleno de testosterona. Son una
especie subalterna del tipo más odiado del transporte público.
Y Sí, el centro de esta recopilacion es
hablar de esa persona. Generalmente mujer mayor, a la que no le quedan brazos
de tantas bolsas ecológicas, y que siempre va acompañada
de un carro de feria color burdeo. Esa que a pesar de sus evidentes problemas óseos
sigue usando taco aguja. Hablo de esa mujer que pide respeto, pero no respeta.
Sí
señores,
hoy convocamos al centro de la mesa, a la vieja velociraptor, el último
de los dinosaurios en estado salvaje.
Nunca imaginé
que Dios cumpliría de esta manera mis deseos de cumpleaños. Me habría
conformado con un dinosaurio a escala que tuviera la resistencia para mi
cuerpo. Pero jamás pensé que traería a la tierra a tal categoría
de animales. Violentos, salvajes, mal educados y acumuladores en potencia, que
no dudan tirarte a la línea del metro por un asiento o
destrozarte el empeine para pasar primero. El sólo conocer una hace que emprendas una
aventura cada mañana en el metro, porque a pesar de que comparten rasgos
comunes, cada una es un mundo.
Están las qué disimulan su violencia, la que se adueña
del asiento preferente discretamente y no se muere (literal) si no alcanzó
el asiento, simplemente se adueñará del pasamanos.
Le sigue la que no descansará
hasta sentarse pero piola. Esa que se sube al metro y le empiezan los dolores
en meta carpiano, tobillos, rodillas, caderas y demás (Claramente no
tiene relación con sus tacos de 20 centímetros). Pondrán su cartera en
tu cara, el cerro se bolsas también, te golpearán de distintas
formas accidentales, pero no serán directas para pedir el asiento.
Pero no como ESA mujer, la que no
tiene temor de Dios, que al abrirse las puertas suenan los relámpagos
del inframundo. La Velociraptor total. Violenta en actitud y en vocablo, que no
temerá en darte de cachetadas si se siente violentada, que te empuja por atrás
para desequilibrarte y pasar primero. Esa que es la expresión máxima
de la agresividad y decadencia humana.
Como sé que todos hemos sido víctimas
de su “violencia no violenta”, hoy emprendo una causa por la extinción
de esta especie. Libremos la batalla, compañeros.
Es crucial sonreír más a los desconocidos, no hacernos los
locos al ver un adulto mayor en el transporte público, comprender que para una mujer con
bebé
es difícil desarmar el coche si anda sola. Entender que a medida que
nos hacemos viejos nos ponemos cascarrabias (quizás es la falta de vitaminas). Pero la
clave final es, no transformarnos en quien no queremos ser, ya que como aquí
a quedado demostrado, todos hemos sido o podemos ser un dinosaurio en el camino
de otro.