Ser terco, con la verdad en la punta de la
lengua aunque sea erróneo, reina de los yo
puedo sola, madre solitaria acompañada, mujer sin barreras ni cadenas,
tacaña, pero con un corazón gigante lleno de grietas por vivencias enterradas
en los años, llena de conocimiento y con hambre de saber, multifacética
sonriente, dedicada y constante, matriarca criada por un ángel que la ama,
fuerte de carácter, pero con miedos internos, mujer de un hombre perdido, madre
de familia y semilla de árbol. Es perfecta. Sonreí mientras la miraba sentada
tejer, reír o cocinar. Quisiera algún día ser así de fuerte, tan fuerte que
podría cargar una familia, una vida, un corazón al hombro, tan capaz de
sobrellevar todo, mujer fácil de admirar, cantante de las princesas que miran a
la luna, con un abrazo de casa, con sonrisa de arcoiris y oídos para todos los
días.
Ella, más fuerte que una piedra y tan dulce
como un bebé, tan terca como sí sola, pero tan comprensiva, tiene una casa
pequeña, con llagas, agujeros y desorden, aun así cabe toda la gente ya que
jamás cierra las puertas, valiosa mujer conocida y amada por muchos, dispuesta
a todo por su familia.
Pienso mientras hablo con las flores, “Que suerte
la mía”, tengo una familia increíble, pero sin ella, esto no sería así. Lo sé y
hoy se lo agradezco, mañana se lo repito, las flores se ríen de mí, neófitas
del amor que siento. Mas no me quedó que seguir contando de ella a las nubes. Ellas
se sentaron frente a mí a escuchar, sabía que el viento seguía constante
escuchando, sentía como todos querían escuchar de esta mujer increíble. Era
raro, me avergonzaba sentir que todos me miraban, pero recordé que siempre me
decía “Eres mujer chilena”. Lo soy, yo puedo gracias a ella, puedo lograr lo
que quiero. Al terminar mi discurso, todos se preguntaron quién era, curiosos
me preguntaron. Yo me reí, porque la respuesta era obvia. Los miré y les dije
“Ella es mi abuela”.
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