miércoles, 6 de noviembre de 2019

Resistencia Puentealtina

Por Pepi Reyes.

Vergüenza, vergüenza debería darles. Es la única frase que recuerdo en una lluvia de perdigones, gritos, sangre y descontrol de estudiantes enfrentándose a carabineros. ¿Cómo llegué ahí? Mi mamá me mataría si supiera, mi papá, ni les explico lo que me hará cuando sepa que en mi auto llevé al hospital heridos por perdigones de carabineros, consolé su dolor, escuché sus gritos y rompí las normas de tránsito. Sangre y gritos, ahora todo es un recuerdo borroso de ambos.

Salí de mi trabajo a las 17:15, puse la radio y el locutor dijo “Gran conmoción en Santiago, esta tarde hubo destrozos en el Edificio de UDI y se destrozó el memorial de Jaime Guzmán”. Roja. Tomé el celular y lo conecté, Dua Lipa me acompañó para olvidarme un poco del cansancio.

Mi ruta estaba con taco, así que tomé mi segunda opción, Luis Matte Larraín, en La Pintana Batallón Chacabuco. Roja. Hacía tanto calor, que cerré las ventanas y puse el aire acondicionado. Iba cantando y esquivando a los machitos prepotentes que no soportan que pase los lomos de toro en segunda. Coquimbo, doblo a la derecha y a lo lejos veo una columna de humo negro. “Están los cabros” pensé y seguí manejando, creí que sería en la altura de Protectora de la Infancia, espacio de resistencia puentealtina.

Seguí hasta llegar a San Carlos, intermitente y doblo a la izquierda, que linda mano. En un momento veo una turba, la columna de humo está al frente mío y frené. Era el único auto ahí. Un cabro me habla, no escucho, bajo el vidrio y repite “Amiga, está cerrado San Carlos, mejor date la vuelta por el retorno y sale de aquí, están disparando brígido estos pacos culiaos” ohhh, gracias hermano, están bien? Si amiga, dale no más”. Me estoy dando la vuelta y veo que viene la turba con gente en brazos y gritando de dolor.

Me paralicé, pensé lo peor… ¿un herido? No, un muerto, ¿estaba ante mí un muerto? Lo vi mover un brazo y volví a respirar, me hacen señas, abro el auto, se suben dos, me habla una mina “Amiga puedes llevarlos al Hospital, soy de Derechos humanos, allá están mis compañeros y ellos los van a recibir, ¿me esperai y te llevas a otros dos? Si amiga, dale no más, yo espero, si quieres en la maleta los subimos. Sonrió. A los dos minutos llega uno solo en brazos “Mi cara hermano, me duele la cara” Hermano estai lleno de perdigones que huea.

¿Y el otro? No quiso ir amiga, me dijo el último en subir.

¿Sus nombres chiquillos? Nos vamos al hospital.

Aceleré y escuché aplausos, gritos de aliento, sirenas, gritos de dolor, algo rebotó en mi vidrio, vi por el retrovisor, vi ojos de alegría y muecas de dolor, fuego y pueblo, un pueblo unido. Sonreí y seguí.

Cabros tengo agua, por si alguno quiere. Secaron las botellas. Silencio. Estaba nerviosa, no paraba de tiritar, aceleré más, me pasé una roja, no frené para que cruzara una señora, seguí rápido.

Uno de ellos me dijo “Amiga, no me lleves al hospital, porque si están los pacos allá quizás no la contemos”.

Le respondí “Hermano, tengo que sacarte esas hueas, no podís quedarte así” Llévanos al Sapu, dijo, porfa no al Sótero. Además, va a estar más vacío.

Le pregunté a los otros cabros, todos estuvieron de acuerdo.

Me di una vuelta cerrada y aceleré, me devolví. Gritos, ollas, furia en cada esquina. Alegría, gritos y bocinazos. Seguíamos en la lucha.

ME DUELE LA CARA grita uno. El otro empieza a contarle los perdigones a su amigo, eran 7. El otro se contó 3 o 4 en la pierna, aceleré más, esquivé una barricada y tomé Concha y Toro. La gente miraba para atrás, yo solo miraba para adelante. Hablaban entre ellos y conducía.

Aceleré, doblé cerrado y llegamos al Sapu. Silencio.

Amiga, no puedo bajar, ¿me ayudai? Si hermano, voy. Dejé todo abierto lo tomé en brazos, se afirmó de mis hombros, los otros bajaron solos y entre saltos ingresamos todos. “Están los de Derechos humanos adentro cabros, dice una señora “Yo te cuido el auto, anda no más”.

Los recibieron otras personas y salí. Escuché a lo lejos un gracias hermana y moví la mano. Sólo moví la mano para despedirme. Bajé las escaleras y lloré, grité de rabia, me subí al auto y mientras me ponía el cinturón una señora me dijo “Pacos bastardos ¿eran tus compañeros?” No, los encontré y me los traje. “Que orgullo hija, no sabes lo grande que hiciste por ellos”. Sonreí, me sequé la cara y aceleré.

Seguí por Concha y Toro, quizás podía aventar a alguien y sacarme esta angustia del pecho. Pero no había nadie que no estuviera combatiendo. Seguí, doblé por la Plaza y venían una cuadrilla de pacos.

Paré el auto y grité, grité todo lo que me he guardado, cerré los ojos y las lágrimas caían por mi cara. Abrí los ojos y escuché aplausos a lo lejos y gritos. Volví la mirada a los pacos y uno de ellos se da vuelta y me ve a los ojos, grité Vergüenza, Vergüenza debería darles… y aceleré.

Atrás quedaban mis compañeros y mi valentía. Arranqué de una lucha en donde todos sumamos, porque tuve miedo, miedo de no volver. Limpiar sangre de un tapiz no es fácil, pero lo hice callada y sin llorar, porque hoy no pude con mis fantasmas, hoy no pude luchar.

2 comentarios:

  1. Linda Pepi, sentí tu angustia �� pero fuiste la mejor, el mejor Ángel en el camino de ellos. Gracias por eso! Te quiero��

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